13.6.14

Any.
En la urgencia nace la fe, y viceversa, la fe nace de la urgencia. 
 En el pasillo unos optan por el silencio, otros prefieren distraer sus mentes (no lo hacen) hablando trivialidades. Como ese hombre de pelo monocromático que comenta que el ascensor no anda y acto seguido baja una persona en el mismo.
 Otros pocos miran el celular y llaman, sin éxito, por la débil señal.
 Un hombre, ya grande, de zapatillas de barro y cartera de polietileno se quedó sin llanto, quizás por sus ojos descoloridos. Le dice a la que supongo su mujer, de ojos de vidrio que le ponga lagrimas envasadas. O pensándolo bien puede que ese gotero le iba a devolver el color a sus ojos ya gastados, temporalmente.
  Pero hay algo que es patrón denominador a todos ellos, que a pesar de sus intenciones, sus cabezas están detrás del durlock de sus espaldas. Su ansiedad se sacia cuando la médica, castaña, linda, aunque muy amable (quizás lleva poco tiempo en su labor o desarrollo empatía -ya en desuso-) salga por la puerta doble y diga, ya pasada la hora de retraso, que se puede ingresar a visitar.